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Aquello que pienso cuando escucho la poderosa palabra “Teatro”

«Quien no ha compartido la lucha compartirá la derrota».  Bertolt Bretch

Por antecedentes históricos sabemos que hubo grupos de teatro reconocidos y de propuestas escénicas para elegir un fin de semana. Pero los teatros icónicos ahora son estacionamientos de carros para el capitalismo imperante ―Mejor paguemos miles de quetzales a artistas extranjeros y a nuestro amigo artista pidámosle una entrada gratis. 


Mujer con un rostro expresivo en un escenario de teatro

El teatro ambulante, el teatro escolar, el teatro itinerante, los monólogos, el teatro “departamental” eran bullentes en ciertas épocas. Ahora que estamos más cercanos digitalmente, apenas nos enteramos de las propuestas escénicas locales. Por ejemplo, han emergido pseudoteatros donde el espectáculo pasa a segundo plano, porque se come y se bebe; esos espacios en donde la apreciación escénica es irrelevante.


Si una se dedica a hacer teatro a tiempo completo en Guatemala es porque realmente le apasiona este arte.  Hay que picar mucha piedra y tener otro trabajo para poder vivir. De lo contrario solo se sobrevive, muchas veces en condiciones precarias.

La redención de esta pobreza material solo se da al subirse a un escenario por el aplauso del público. 

Hay artistas excepcionales en este país que se dedican al teatro con todas sus letras. Sin embargo emerge el malinchismo: mejor pagarle a alguien con “renombre”, extranjero para agradar a los amigos “artistas”. Existe un banco de datos de artistas, a los cuales se les debe dar la prioridad al momento de hacer una puesta en escena, pero no existe una entidad que proporcione estas oportunidades y que abogue por los derechos del gremio artístico.


¿Quién vela por los artistas? 

El panorama es desesperanzador, pese a la poderosa palabra "Teatro"; ahora mismo, los estudiantes de la escuela de la que egresé como bachiller en Arte Especializado en Teatro-ENAD no tienen cómo desarrollar, practicar o ensayar sus propuestas. 


Hace 25 años también tuvimos que manifestar afuera del Teatro Nacional para que nos dieran un lugar donde estudiar. Salimos en un cuadrito del extinto Diario El Gráfico. Lo conseguimos. Nos mandaron a un sótano para las oficinas, pero fueron los años más maravillosos que viví. Leer los libretos, los ensayos, preparar el vestuario, ir a las pacas que emergían a conseguir un saco o un vestido que se adaptara al perfil del personaje. 


En 2023, los alumnos fueron expulsados del Teatro Nacional para ir a alquilar una casa con el argumento de tener un lugar “propio”. Como Prometeo encadenado, se regresa al desinterés de parte del ente responsable de velar por un lugar digno para formarse en este arte. 


¡Es ahora o nunca!

Pensar en teatro me hace concluir que, aunque cuando se tiene el estómago vacío y se vive del arte, muchas veces se tiene que hacer “de tripas corazón”, pero ante ciertas circunstancias y situaciones poco éticas, ¡nunca debemos quedarnos callados!


Jamás estaré de acuerdo cuando hay una transgresión hacia los actores y actrices. Recuerdo que me costaba mucho desvestirme y ponerme el vestuario, delante de los demás compañeros. Muchas veces olvidamos que somos una persona haciendo un personaje y con el tiempo, la salida a escena, te adaptas a ese mundo y decides qué sí te gusta, se logra permear ese pudor. 


En los ensayos sucede que te lastimas, te caes, te tropiezas, se te rompe el vestuario, pero no se debe vulnerar ni permitir daño a tu integridad, se debe expresar si no estás de acuerdo.


Aquello que pienso cuando escucho la palabra “Teatro”

Tres mujeres reunidas sentadas en el escenario del teatro
Fotografía de Ana Alfaro

Pero, a pesar de todo, “teatro” siempre será una palabra poderosa. El tiempo que lleva prepararse para hacer teatro, nadie lo paga ni se dignifica. Como público y espectadores, se merece respeto y calidad interpretativa. Como artistas, la admiración y la dignidad intrínseca y la gloria


Blanca Estela

Escritora de la columna: Blanca Estela

Generación X

Mujer menos joven, y contando. 

Soy el resultado de los 90. Empecé estudiando teatro. Después, por mi mentora, decidí estudiar Bibliotecología. La pasión por los libros siempre ha sido inherente en mi vida, son mi fondo y parte de mi escenario de vida. Soy mamá de Icaro Joao. Llevo más de 25 años inmersa dentro de las bibliotecas. Eventualmente hago teatro, lectura interpretativa de cuentos y poemas, proyectos de bibliotecas para alguna comunidad del interior del país, entre otras actividades, voluntariados de forma independiente. Llevo más de 15 años participando en varios clubes de lectura con el argumento de comentar libros en común, intercambiar y sugerir lecturas.




 
 
 

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